29 ago 2009

Su mano descubrió una curva alrededor de mi codo y descendió despacio por mi brazo y las costillas para luego recorrer mi cintura y avanzar por mi pierna hasta la rodilla, donde se detuvo, y enroscó la mano en torno a mi pantorilla. Contuve el aliento. Edward jamás se permitía llegar tan lejos. A pesar de la gelidez de sus manos, me sentí repentinamente acalorada. Su boca se acercó al hueco de la base de mi cuello. 'No es por atraer tu cólera antes de tiempo', murmuró, 'pero ¿te importaría decirme qué tiene de malo esta cama para que la rechaces?'. Antes de que pudiera responder, antes incluso de que fuera capaz de concentrarme lo suficiente para encontrarle sentido a sus palabras, Edward rodó hacia un lado y me puso encima de él. Sostuvo mi rostro con las manos y lo orientó hacia arriba de modo que mi cuello quedara al alcance de su boca. Mi respiración aumentó de volumen de un modo casi embarazoso, pero no me preocupaba avergonzarme.'¿Qué le pasa a la cama?', volvió a preguntar, 'me parece estupenda'. 'Es innecesaria', me las arreglé para contestar. Mis labios perfilaron el contorno de su boca antes de que retirase mi rostro del suyo y rodara sobre sí mismo, esta vez más despacio, para luego cernerse sobre mí, y lo hizo con cuidado para evitar que yo no tuviera que soportar ni un gramo de su peso, pero podía sentir la presión de su frío cuerpo marmóreo contra el mío. El corazón me latía con tal fuerza que apenas oí su amortiguada risa. 'Eso es una cuestión discutible', discrepó,'sería difícil hacer esto encima de un sofá'. Recorrió el reborde de mis labios con su lengua, fría como el hielo.

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