No le gustaba volar, ni soñar, ni las mariposas. No le gustaba nada que no se llamara invierno. El frío se comía sus huesos cuando llegaba su estación, la nieve cubría su cabello de canas, las luces reflejaban el brillo que provocaban las lágrimas en sus pupilas. Era sólo entonces cuando se quitaba su disfraz, ya no necesitaba abrigo. No dependía de las carcajadas, de las flores, de las personas. Dependía de sí misma; por eso murió, porque dependía del frío polar que sacudía su corazón con simples parpadeos; por eso nunca se enamoró, porque la escarcha era un enemigo difícil de vencer; por eso nunca sonrió, porque el viento del norte enredaba en su pelo las piezas del rompecabezas de una vida que no escogió vivir. Dependía de su propio miedo y un día, se esfumó, porque se quedó sin nada, porque creyó haberlo perdido todo.
16 oct 2009
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